Mi sueño fue intranquilo. Cuando por fin la sombra se hizo día siguió siendo de noche en esa frágil casa que soy yo. Salí a mirar los árboles, los viejos árboles del huerto. Pensé que los hallaría abatidos por el ventarrón. No fue así: la violencia del aire les quebró nada más las ramas secas. Fue el viento igual que sabio jardinero que los podó y les quitó su peso inútil.
Así sucede, creo, con los vientos de soledad y de dolor. Nada le harán al hombre si su raíz es firme. Le llevarán sus vanidades, sí, pero las ramas fuertes quedarán, y otra vez darán fruto. Esa es la lección del viento, de ese viento que siempre llega y que siempre, también, después se va.
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